Los Capariches
Capariches
La noche para los barrenderos se hace muy corta. Para dormir un poco más, deben ir a descansar a las 7 de la noche. No hay aún la televisión y no tienen en que distraer su tiempo. Tampoco tienen un radio para oír las radionovelas, pues este aparato, un avance de la electrónica, resulta un tanto caro para su escuálido "mensual", más todavía si este lo reciben en retazos, en "suplidos semanales" que tan solo les alcanza para una alimentación ínfima. Los barrenderos como los jornaleros, los profesores municipales y algunos funcionarios del Concejo se han acostumbrado a "un suplido" cada sábado.
Casi nunca reciben su quincena y peor su sueldo íntegro al final de los 15 días o al mes de trabajo, siempre se les encuentra haciendo guardia en la tesoreria para recibir apenas un adelanto de sus emolumentos.
Historias de mis recuerdos
El barrendero no necesita un reloj despertador; su cuerpo se ha habituado a levantarse a las tres de la mañana, porque a las cuatro ya deben estar en el sitio de trabajo, en el lugar asignado por el sobrestante con sus herramientas: una escoba hecha de ramas de retama amarradas con piola o soga, la carretilla y una pala para recoger la basura.
Bajo la brisa suave pero fría de las madrugadas de verano, cobijados con su poncho de lana o simplemente con una vestimenta normal o en invierno con su poncho de aguas, algunos sin zapatos, otros con "chancletas" o con zapatos "morlacos"; luego, con zapatos o botas "siete vidas", los barrenderos van limpiando las calles polvorientas, tapadas sus narices con un pañuelo amarrado atrás, en la nuca, que a manera de mascarilla cubre la mitad de su rostro.
Después de los fines de semana o de las fiestas como las de Carnaval en las que, en gran número llegan los romeriantes, los barrenderos concentran sus esfuerzos en las calles centrales y en las plazas, dejando nuevamente limpias de toda la basura acumulada en esos días festivos.
Postales del Ayer
En las madrugadas olamos, entre sueños, el sonido característico de las escobas de retama al escurrirse por la tierra y las voces de sus conversaciones silenciosas. En las mañanas, cuando nos levantábamos a estudiar, nos encontrábamos con los barrenderos y sus grandes escobas, bajo la mirada del "jefe", moviendo con esfuerzo las ramas de retama para llevar la basura hacia la orilla de la calle, haciendo pequeños montones, que en las calles periféricas, más que basura eran piedrecillas, para que luego, sean recogidas por los carretilleros que, con la pala y ayudados por sus pies, retiraban los montículos de tierra y los desperdicios.
Barrenderos, jornaleros de los amaneceres, compañeros de los cánticos de los gallos, de las fieles que madrugaban todos los días a "misa de cinco", de los trasnochadores que después de las horas de bohemia se recogían a sus casas, de la luna, inspiradora de versos, en su retirada hacia su morada de nubes blanquecinas, de los soles radiantes de la Suaurora, de la brisa matutina, del rocío, perlas relucientes de la noche, de las aves seductoras que abandonan sus nidos en sutiles vuelos.
Barrenderos de manos encallecidas, de espaldas quebrantadas limpiando la desidia de la gente, de rosstros cubitos dd polvo, de lacrimosa mirada perida en el claroscuro del alba, de esfuerzos que se desgastan con el yayar del día, las retamas te esperan para emprender las danzas matutinas de rudos movimientos, po las páxicas calles de mi pueblo.
Autor: Rodrigo Herrera Cañar
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